Juegos para educar. Play Big! ODS

El juego “analógico” es innegablemente una grandísima herramienta educativa, transmisora de valores y conocimientos, y un inmejorable elemento socializador, forjador de sueños y amistades.

No seré yo quien “a estas alturas del partido” venga a descubrir lo importante (¡esencial!) que resulta el juego como herramienta educativa y palanca de aprendizaje en conocimiento y valores.

En los últimos años, infinidad de estudios llevados a cabo por “reputados expertos y estudiosos de la materia” así lo avalan, y aunque reconozco cierta ironía en mi comentario (es de Perogrullo que lo natural e innato a los seres humanos, sea precisamente eso: aprender de manera inconsciente, sin esfuerzo y divirtiéndose), no puedo estar más de acuerdo.

Lamentablemente, con la misma facilidad con que nuestra especie tiende a olvidar “su historia”, también pierde de vista sus orígenes y esencia, y así, en demasiadas ocasiones y aspectos (entre ellos, la educación), alguien tiene que venir a recordarnos lo que es intrínseco a nuestra condición de humanos.

Me siento afortunado de pertenecer a una de las últimas generaciones (si no la última), que creció rodeado de amigos, compartiendo tardes, risas y momentos infinitos alrededor de una mesa y juegos.

Sin ningún tipo de duda, son algunos de los mejores momentos y recuerdos de mi vida.

Así, más allá de forjar amistades inquebrantables que duran ya cerca de 40 años, descubrí mi pasión por la historia y la 2ª Guerra Mundial jugando a “La fuga de Colditz”.

Probablemente mi afición a la geografía, mapas y notafilia (colección de papel moneda) nació jugando al “Risk” atacando de “Yakarta a Kamchatka”, y quizá mi pasión por el ajedrez tuvo sus orígenes en el “Estratego” (otro día os contaré el espectacular verano en que un amigo me enseñó a jugar al ajedrez con el reto de que no sería capaz de ganarle ni una sola vez en 100 partidas).

Puedo decir que jugué al “UNO”, muchos años antes que se inventara, o mejor dicho, que se conociera a gran escala (se inventó a principio de los 70 en Estados Unidos), jugando con cartas de póquer literalmente gastadas por el uso.

¿Qué decir del “Monopoly”?, que quizá nos preparaba inconscientemente para la locura especulativa inmobiliaria que nos deparaba el futuro… ¿y del “Cluedo”?…sin lugar a dudas responsable de que años después devorase las obras completas de Sherlock Holmes y Agatha Christie. O del “Trivial Pursuit”, para mí, el clásico de los clásicos, inspirador, y con el que aprendí (¡esbozo una sonrisa!) la existencia de los ríos Tigris y Éufrates.

“El Imperio Cobra”, “Hotel”, “Bancarrota” “La Ruta del Tesoro”…la lista es interminable, aunque quizá, pensándolo bien, todo tuvo su origen en los inolvidables “Juegos Reunidos” y “Magia Borras”, elementos indispensables e indelebles en el tiempo para varias generaciones.

En cualquier caso, lo que quiero decir es que en mi opinión el juego “analógico” es innegablemente una grandísima (¿la mejor?) herramienta educativa, transmisora de valores y conocimientos, y un inmejorable elemento socializador, forjador de sueños y amistades.

Me diréis que con lo de “analógico”, se me ven “las costuras generacionales”, pero os aseguro que en 2020, veo a mis hijos disfrutar y aprender muchísimo más jugando con sus amigos a juegos de cartas y de mesa, y a carreras de coches propulsados por “energía dedil”, que con cualquier elemento digital (cuyo uso, por cierto, está muy limitado en casa).

Hoy precisamente, leía una entrevista a Michel Desmurget, director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud en Francia, quien literalmente comentaba que “la actual locura digital es un veneno para los niños”, y a la pregunta “¿Qué es lo mejor para el desarrollo de un niño?” contestaba:

No son pantallas, sino personas y acción. Necesitan palabras, sonrisas, abrazos. Necesitan aburrirse, soñar, jugar, imaginar, correr, tocar, manipular, que les lean cuentos. Mirar el mundo que los rodea, interactuar. En el corazón de estas necesidades, la pantalla es una corriente de hielo que congela el desarrollo.

Una vez más, no puedo estar más de acuerdo.

Por ese convencimiento y por la pasión como padre de buscar lo mejor para sus hijos, fundé hace ya más de tres años, future genius®, con el objetivo de desarrollar juegos educativos creyendo sincera y profundamente “en un mundo mejor, y en mejorar la vida de millones de personas a través de la educación”.

Más allá del “éxito y/o viabilidad” del proyecto empresarial (os aseguro que tremendamente duro y difícil, a la vez que gratificante), con future genius® espero legar a mis hijos un ejemplo de esfuerzo, dedicación, convencimiento y pasión por la cultura y educación (no me cansaré de decirlo, en conocimiento y valores).

Si por el camino, future genius® consigue además sembrar en el corazón de un solo niño, de un solo adulto del futuro, los recuerdos y emociones que atesoro en mi alma a partir de los juegos de mi infancia, el esfuerzo habrá merecido la pena.

En future genius®, We Play Big! We Dream Big!

Play Big! Objetivos de Desarrollo Sostenible es un juego educativo de cartas de pregunta y respuesta, orientado a dar a conocer y concienciar sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) definidos por las Naciones Unidas en su Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.

Play Big! Objetivos de Desarrollo Sostenible

David Molleja, es el fundador y CEO de future genius® Juegos Educativos pero, sobre todo, es padre y un soñador incorregible.
Future genius® nace en 2017 con un sueño, contribuir a crear un mundo más justo y equitativo y mejorar la vida de millones de personas a través de la educación, mediante el desarrollo de productos y servicios educativos, innovadores, disruptivos, siempre desde el corazón.



¿Quieres conocer su trabajo? Síguelo en:

El material publicado en este post, tanto texto como imagen, corresponde en exclusiva a su autor. Respeta su trabajo citando siempre la fuente.

Cuéntanos tu experiencia, escríbenos a contacto@exyge.eu.
¿Te animas?

Danos tu opinión

Tu email no será hecho público. Los campos con (*) son obligatorios.

*

*


two − = 1