Una práctica muy común, muy extendida en muchos ámbitos de la vida moderna, tanto en lo personal como en lo profesional, es el otorgar medallas, diplomas, premios… si hemos tenido un “buen comportamiento”. El concepto “buen comportamiento” depende del contexto. Puede ser llegar primero a la meta en una carrera de relevos o puede ser asistir a clase todos los días lectivos de un mes.
Este último ejemplo es el que sirvió de base a Carly Robinson, estudiante de postgrado en Harvard, y su equipo de investigación para llevar a cabo un estudio sobre el impacto de otorgar premios a los alumnos por “buen comportamiento” de asistencia.
El estudio arrojó un resultado sorprendente: aquellos alumnos premiados un mes disminuyeron su asistencia en meses posteriores. Tras un análisis posterior, encuestando a los participantes, Carly y sus colegas llegaron a la conclusión de que los premios tuvieron el efecto colateral, no intencionado, de hacer creer a los alumnos que habían asistido a clase “más de lo normal”, que podían sentirse libres de atender menos, para “compensar”.
Lo más importante que revela el estudio es que incluso las prácticas tan extentidas que se suponen válidas deben ser evaluadas según el contexto en el que se quieran aplicar.