Originarios de Estados Unidos, el uso de estos mercados para la compensación de daños y la utilización del “crédito ambiental” como moneda de cambio, se generalizó a mediados de los 80. El primer banco de recursos ambientales se estableció en 1984 en Louisiana, usándose para la compensación de los daños producidos por explotaciones en humedales. Como resultado del éxito de estos bancos, se planteó la posibilidad de utilizar el modelo no sólo para compensar los daños en humedales, sino también para compensar los daños en especies o en hábitats, así surgen los bancos de conservación.
Un banco de hábitat se crea a través de la implantación y mantenimiento a largo plazo de un proyecto de creación, mejora, restauración o conservación ambiental. El proyecto genera un incremento del valor ambiental en el terreno, que se comercializa en forma de créditos ambientales. Los créditos son comprados por operadores o promotores para compensar daños ambientales que generan o van a generar en un futuro, para su uso como posible establecimiento de garantías, como inversión ética o como compra voluntaria.